El No. 407 era el departamento del Dr. Jeriah Mill, formando parte del conjunto de edificios construidos cuarenta décadas atrás y que resaltaban en el barrio por su aspecto viejo. Precisamente el Dr. había comprado un piso en aquél edificio porque nadie se imaginaría que una persona tan reconocida mundialmente fuera a vivir en aquellas condiciones. Sin embargo detrás de esa puerta despintada que porta un 407 en bronce oxidado se hallaba la casa más moderna y lujosa de la zona. Lo que le extrañó al Dr. al regresar de un largo día en el laboratorio fue que los guardias que usualmente custodiaban la entrada de su departamento no estaban. Por un momento, uno muy largo, pensó que debieron haber atendido algo por el edificio. También pensó en llamarles o enviarles una alerta a su dispositivo móvil pero estaba muy fastidiado ya que los resultados de las pruebas fueron todo excepto favorables a la investigación.
Gira la llave y entra por el umbral: "hola casa", con esas palabras las luces se prenden y una voz femenina le contesta "hola Doctor". Su portafolio cae al suelo y el aire se le escapa en un suspiro de terror. Aquélla voz no era la de la computadora madre que controla la casa, y había resuelto el misterio de sus guardias. En el sillón antes blanquísimo yacía un cadáver recién asesinado sobre un húmedo tapiz carmesí, en el suelo estaba el otro guardia descuartizado y por otro lado el tercero.
La luz había descubierto una masacre y un cigarro se encendió frente a él, al otro lado del recinto. "Pero tú.. tú no fumas", advierte el DR. Jeriah. "¿te preocupa que fume?... No, no fumaba, y tampoco mataba", la heredera Stevson se levanta del asiento y extiende el brazo apuntando con un arma al doctor. "tú no eres así", "¿por qué Doctor? porque soy una máquina y esto no hacen las máquinas ¿cierto?". Jeriah Mill cerró la puerta. Por supuesto que la casa hubiera alertado a la policía, está claro que para ese entonces todo lo que estaba ocurriendo sería video grabado, el único detalle era que si algo sabía esa chica era controlar a las máquinas. Cae al suelo con las manos cubriéndole el rostro y los ojos cristalizados por una lágrima que quiere salir. "Nosotros sólo queríamos reparar el daño que hizo tu padre, es una pena que hayas llegado hasta este punto sin saber la verdad", "Sé la verdad, sé que desde que fui concebida no he servido más que de conejillo de indias y sé que usted y todo su equipo vieron la oportunidad de sus vidas a cuesta de la mía".
El doctor sacó de su cartera una tarjeta y se la aventó, "toma, este es el diario de tu padre, haz conmigo lo que dicte tu consciencia, si acaso todavía la conservas". Alta Stevson con la precisión que le caracteriza y con esa mirada desalmada y fría con la que siempre actuaba disparó un tiro justo entre los dos ojos del doctor. Se preguntó si debía llorar pero su atención se dispersó hacía la tarjeta que le susurraba "secreto" tirada en el suelo frente a ella.
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